Cuando
un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando
comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la
seguridad –íntima, solitaria– de que su autor ha cambiado mi vida,
vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese
libro andaba buscando.
El infinito en un junco. Irene Vallejo
Si
alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un
armisticio en medio de los combates de la vida. Mientras escuchas con
soñadora atención, el narrador y el libro se funden en una única
presencia, en una sola voz.
El infinito en un junco. Irene Vallejo
Incluso
en los abismos de la vida, somos criaturas sedientas de historias. Por
esa razón llevamos libros con nosotros –o dentro de nosotros– a todas
partes; también a los territorios del espanto, como eficaces botines
contra la desesperanza
El infinito en un junco. Irene Vallejo
Ciertas lecturas son una forma de derribar barreras, ciertas lecturas nos recomiendan al desconocido que las ama.
El infinito en un junco. Irene Vallejo
Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido.
El infinito en un junco. Irene Vallejo
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